Las mariposas revolotean
en este cuarto con apenas dos ventanas,
me indican que tus espejuelos están sobre el escritorio,
que volverás en minutos para pedírmelos.
Siempre seré tus ojos, los que buscan tus espejuelos
y de una vez acarician tu mejilla y tus vellos rojos.
Entonces, me acerco y veo
que tus espejuelos no son tuyos, son los míos
y que ya no escucharé tu aliento a Yunque
pidiendo tus espejuelos
porque ya no estás para necesitarlos.
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