Nunca pensé que me visitarías en sueños. Desde que he aprendido a dibujar con mis palabras las líneas de tus ojos felinos, me había persignado en que eras un sueño que se habia filtrado en las dimensiones de la realidad. Pero aquí te veo, al otro lado, mirándome. Yo, muda, paralizada, porque estabas en un lugar en donde el espacio y tiempo se desplazaba a su antojo, en donde nada obedecía las reglas. O por lo menos a las reglas del universo... aparentemente las reglas te obedecían a tí.
Suspiré hondo y me acomodé el cuello de la camisa. No quería verme muy expuesta a la vulnerabilidad de unos sentimientos que ya había olvidado cómo sentirlos. No tenía control sobre ellos, como quien no tiene control de la dirección del viento. Tú, inmutable, frío y distante. Me imagino que es el miedo, imagino que Los Heraldos Negros de César Vallejo es el himno de tu corazón, cansado en creer en vano. Pero a tí se te olvida que nuestro himno es el mismo, estamos cansado de los golpes, de sentir la doblegación del rechazo y la impotencia; buscamos ese algo o alguien en donde podemos acurrucar nuestros pensamientos y nuestras palabras. Me fui acercando poco a poco a tu cuerpo imponente, leías poesía en mis curvas y yo leía poesía en tus ojos. Que fácil eres para dejarte amar con estas palabras truncadas, que orbitan en el vacío.
¿Por qué él en vez de ser tú? Fácilmente hubiéramos sido felices, hubieras estado en Río Piedras quizás un año antes, pudiéramos haber discutido más para luego terminar como dos cachorros que se muerden detrás de las orejas; con el amor mojado escurriéndose en la entrepierna. No hubiera sufrido el abandono absoluto de quién me arrebató hasta los amigos, y tú no hubieras tenido que olvidar el color de las memorias porque no habría razón para que se marchitaran. Nuestra memorias serían nuestros grandes espacios de color cerrado, en donde la intimidad de quien escribe versos en la piel del otro sería el toque de amor más desnudo. Todas las interrogantes se asomaban en este sueño que no era sueño, sino era mi alma sin pretensiones ni máscaras quejándose de lo que nunca ha tenido control ante el factor de la imposibilidad.
Toqué tu mejilla con la yema de mis dedos, temiendo que notes que sudan por la aproximación, porque nunca me he sentido tan desnuda, tan predecible, tan fácil de leer. Cierras los ojos, mientras tomas mi mano, acaricias mis dedos desnudos; abres los ojos y fijas la mirada en mis rodillas que tiemblan, desnudas. No puedo mirarte demasiado. Mi imaginación se desborda en un futuro desenfrenado, en donde lucho por hacer lo transitorio y lo pasajero en piedra, en una piedra lejos de las olas del tiempo que golpea y desgasta las cosas. Para mí, el alrededor gira con sus colores de neón. Tú estás inmóvil, sumergido en mis manos...
Me desperté en sudor, en un cuarto con aire acondicionado. Sentí el calor de quien estuvo en mi cama un largo rato; pero el detalle era que estaba sola. Podría jurar que me habías visitado en tus pensamientos. Quiero que sepas que te recibí con el alma al desnudo. Porque eres fácil para dejarte amar.